30 jun 2021

Los ángeles zarrapastrosos. Un relato de Giovanni dell'Acqua

 



"Fue en la tarde del solsticio cuando dos ángeles zarrapastrosos se subieron a la fuente monumental. ¿Por qué ellos están ahí, dijo uno al otro contemplando la exuberancia de los querubines barrocos, y a nosotros se nos veta? La niña, más aguda, le consoló. ¿Y para qué quieres estar ahí? ¿Para ser piedra toda la vida? Pero al menos seríamos insensibles, le dijo el chico. No pasaríamos frío ni nos importaría la lluvia ni tendríamos nunca hambre ni nos afectaría que nos tratasen mal. Ella se quedó pensativa. Pero, ¿sabes?, no jugaríamos, ni nos reiríamos, ni haríamos travesuras, razonó si bien no convencida del todo. Además, si hemos de pasar hambre mejor corretear por el mercado a ver qué birlamos. Si ha de ser frío, ya habrá un brasero de caridad. Si nos envuelve la suciedad, el río o un manantial no nos han de faltar. Que alguien nos maltrata, huiremos de él. ¿Qué pintaríamos nosotros clavados en una fuente, gorditos y con cara de pánfilos? Mejor nos quedamos donde estamos. Siempre tendremos el recurso de divertirnos y hacernos mayores algún día. ¿O no sabes que los hombres de piedra no existen? Algunos sí, le replicó el otro. Mi padre siempre se lo dice a su patrón: usted tiene el corazón de piedra".

Este comienzo, que podría ser perfectamente de neorrealismo italiano, va a marcar ya la pauta del relato que Giovanni dell´Acqua escribiera hace varias décadas y que había permanecido inédito hasta hoy. Un lector superficial tendría la impresión de que el libro va de las aventuras y desventuras de dos criaturas en una sociedad inhóspita. Un lector avezado creerá distinguir un trasfondo de crítica de la realidad social. Un buscador de enigmas prospectará en el simbolismo de ángeles y niños, que de manera tan exacerbada cultivaron ciertos estilos ornamentales. Incluso habrá quien, siguiendo las líneas de reconsideración de los maltratos a la infancia, vea una denuncia manifiesta de la vida desgraciada que han llevado en el pasado millones de niños. En cierto modo hay de todo ello, pero lo que prima en el relato es el estilo poético que empapa los diálogos, a medida que avanza la descripción.

Pendientes de que Los ángeles zarrapastrosos, de Giovanni dell'Acqua, vea la luz. Lo hará en la editorial La medusa feliz ya en el próximo otoño.




(Fotografía de Elio Ciol)


4 jun 2021

Mi encuentro con Setsuko, de Numata Beppu

 



"Fue hace una eternidad. Viajaba yo en tren a Kawasaki, por exigencia de mi trabajo de agente de ventas, cuando me crucé con ella en el pasillo del vagón. Si no hubiera sido porque su sonrisa real era idéntica a la de sus películas no hubiera estado seguro de reconocerla. Ambos íbamos contemplando el paisaje. Como no la quitase ojo Satsuke echó una bocanada de vaho sobre la ventanilla y escribió: sí, soy yo. Me sentí indefenso al ser descubierto en mi osadía de voyeur sin remedio. Luego borró el mensaje, volvió a la pizarra de vaho y dejó una frase: y tú ¿quién eres?" 

Así comienza la novela Mi encuentro con Setsuko, de Numata Beppu, una historia de un tiempo en que se reconstruían las vidas de los que habían sobrevivido a la guerra en Japón. En los años posteriores a la derrota quien más o quien menos comprobó que esta no había sido única sino varias, paralelas y desgarradoras. Derrotas económicas, causada por la secuela de paralización productiva y el daño a las instalaciones industriales del país. Vicisitudes de las carencias de productos indispensables y las penurias consiguientes. Asunción de las pérdidas humanas, pues ¿qué familia no podía contar de haber perdido al menos uno de sus miembros en aquellas veleidades imperiales? Derrumbe de las tradiciones y de los símbolos de poder. Agotamiento de los discursos habituales hasta entonces y fin de los paradigmas morales y de costumbres de la vieja sociedad. Todos estos elementos nutren las páginas de este relato que había permanecido oculto hasta hace poco y de cuyo autor, Numate Beppu, no se sabe nada, y sobre el que cabe sospechar que se trata de un heterónimo o bien de un viejo escritor recóndito, que no quiere ser reconocido nuevamente, o bien de alguien que se limitó a reflejar pensamientos y preocupaciones de la etapa de reconstrucción, sin mayor intención de publicar.

El argumento de la novela se desarrolla íntegramente en el viaje. Si la actriz va a descansar unos días en un onsen de la costa el viajante comercial realiza un desplazamiento anodino más de los que hace ordinariamente. Pero el encuentro con Setsuko le lleva a cuestionarse su vida, algo que ella viene haciendo desde hace tiempo. "No me vea usted como personaje -le dice la protagonista de la novela al viajante- y no quiera verme tampoco como la mujer que le parece que soy. Cuando un hombre y una mujer se miran y se dirigen la palabra cabe esperar una conversación al uso, donde se ocultan intenciones personales. No tenga usted ninguna intención especial respecto a mí, le permito el acercamiento de su curiosidad, pero a cambio de que yo quiera satisfacerla respecto a usted. Soy una simple actriz que representa papeles de otros. Usted es un actor de su propia vida cotidiana que se desdobla en diferentes papeles para tratar de obtener beneficios por sus ventas. Pero que sospecho que le permite conocer muchos más paisajes y personas que yo. Mis conocimientos se desarrollan a través de guiones cinematográficos. Los suyos probablemente tienen lugar en cada contacto que realiza con individuos comunes, de carne y hueso".




El tono de esta clase de reflexiones agiliza el desarrollo del relato, en la que ambos protagonistas se hacen confidencias sobre los cambios que se van operando en ellos. El viajante se esfuerza por superar las desgracias pretéritas, y así se lo hace saber a la actriz. "La vida se nos ha cambiado a todos. Nos habíamos quedado sin familiares, sin amores, sin trabajo, sin casa. Sin ilusiones, en definitiva. Habían quebrado las relaciones más seguras y tuvimos que recurrir a reinventarlas. Para los jóvenes ha sido más sencillo, no estaban tan condicionados como los adultos. Pero en los ancianos la quiebra ha sido profunda, aunque también, todo hay que decirlo, con más capacidad de resignación. Quién sabe si estos pocos años que llevamos de supervivencia al desastre, luchando por superar el hundimiento, no estamos descubriendo todos los errores de otros tiempos. Setsuko le replicó con la apacibilidad de su entonación. ¿Usted cree que saldremos adelante bajo otros paradigmas que no tienen que ver ya con aquellos por los que nos habíamos regido hasta ahora? El viajante, vestido con un impecable traje americano, proyectó el humo de su cigarrillo hacia el paisaje veloz de la ventanilla. Ya ve, dijo moviendo las solapas de su chaqueta. Nosotros somos un ejemplo constructivo, dijo. Adaptarnos a lo nuevo es lo saludable. Ya tendremos tiempo de saber qué permanece útil de la cultura antigua y qué nueva clase de costumbres nos van a permitir vivir mejor".

Interesante el relato para quienes deseen conocer las opiniones que flotaban en los años de levantamiento de Japón. Por supuesto, la actriz de Tôkyô monogatari -Cuentos de Tokio en la versión española de la película- es aquí una excusa estilística, sumamente atrayente. Y es que en esta novela, como en las películas, cualquier parecido con la realidad...es también realidad.

Mi encuentro con Setsuko, de Numata Beppu, saldrá próximamente editado por Nuevas Ediciones Caligráficas, en traducción de Xaquin Marimoto.


 

 

13 ene 2020

Oh, Gott, o el día que se creyó Tolstoi. Novela de Carl Maria Träume




"El insomnio te hiere. Transcurren las horas lentas y agitadas. No sabes cómo estar. Si con la luz apagada, te acosan fantasmas. Si tratas de leer, no te concentras. Si te levantas y paseas por la habitación, te cansas. Si permaneces en la cama, no dejas de dar vueltas y no hay posición que te calme. De vez en cuando, en uno de esos giros intranquilos sobre el eje de tu cuerpo, tienes un instante atroz en que aflora en ti la parte más lejana, supersticiosa y profunda, la que ya creías superada. Un suspiro emerge de lo más recóndito y brota de tus labios de forma refleja la palabra mágica: Oh, Gott! La pronuncias como una síntesis de tu desasosiego. Como un pandemonium que conjure tu estado fatigado. Hasta la repites. Oh, mein Gott! ¿Dios como desasosiego? ¿Por qué no? 

*

De niño invocabas la palabra totémica -¿o habría que decir también tabú?- por excelencia y le dabas ese tono protector, consolador, salvífico. Era una imagen etérea de la cual esperabas que se encarnara en Poder sobre los poderes y viniera a echarte una mano en tus complejos, en tus dudas y en tus infortunios. Mas como éstos no fueran tan graves ni irremediables como te parecía -otro asunto es cómo te obsesionaban, cómo te hacían sentir apurado cuando no desgraciado, cómo temías la reacción de la autoridad familiar si no los resolvías- de ordinario resultaba que los motivos de tus angustias tenían fácil solución. Y aunque casi nunca llegaba la sangre al río, sin embargo de ahí deducías el poder taumatúrgico y benefactor de Dios. ¿De Dios? De la palabra Dios, del inoculado concepto abstracto y febril denominado Dios. Te lo habían repetido tantas veces desde la cuna. Ya venías oyendo el vocablo antes de disponer de una mínima capacidad de encontrar identidad entre objetos y conceptos. Gott era un término en boca de todos, desde las matronas hasta los carreteros, ya fuera para invocar las satisfacciones o para exorcizar los sufrimientos. 

*

 Hoy ese Oh, Gott! no te lleva a concederle ni tiempo ni crédito, pero no puedes evitar sorpresa por el destello. Meditas en las palabras que empezaron a entrar hasta tus vísceras desde el primer vagido. Y que siguen infiltrándose en tu carne madura. Ellas te desasosiegan tanto como el Oh, Gott! Adviertes que si los creyentes irredentos lo supieran podrían ver en ello un triunfo de los sobrenatural. Pero a ti tal observación de los fanáticos no te interesa. Hay también fanáticos de la literatura que pretenden imponerse con sus palabras de apariencia de acero, pero de textura frágil. Te preocupa la oscuridad de las palabras. Mas, ¿de verdad crees que hay palabras oscuras? No. Lo que te causa inquietud y pavor son las intenciones oscuras. La utilización maniquea y traidora de las palabras. La mezquindad de quienes reprimen los sentimientos y no saben traducirlos en la belleza de la honestidad. Ahí reside la oscuridad y la confusión, que fomentan la falta de entendimiento entre los hombres.”




(Párrafos tomados de la obra desaparecida titulada Die Dunkelheit der Wörter. Tagebuch eines Mannes unruhig, en castellano La oscuridad de las palabras. Diario de un hombre intranquilo, de Carl Maria Träume)



11 dic 2019

El obseso, de Mário Isabelo da Graça





"Trece años después de irse voy y me acuerdo de él. Su ir yéndose, apenas en tres días, como si no estuviera ya, pero estando. Aparente placidez, partida por agotamiento. La ruptura ya la había iniciado cuando desde hacía un tiempo venía comentando: para qué está uno aquí". Con la evocación de un recuerdo comienza El obseso, relato de Mário Isabelo do Graça.

El autor pergeña con pinceladas dispares la vida maníaca del protagonista, Grígor Àfkak, que repasa los últimos días de la muerte de su padre, varios años después de que aconteciera. La descripción que imagina Grígor no es tanto para dejar constancia de lo que fue vivir el fin del otro como para imaginar cómo sería su propio final.

"...Para aquel hombre, curtido en desgracias pero también resarcido en bonanzas, los años iban cayendo y las quejas eran sabias. Cosa de longevos, estirpe de nonagenarios que solo por la inercia se mantienen, fuerza oculta cuya combinación nadie puede ni sabe interpretar. Los ancianos avanzados suelen tener el cuerpo frío aunque respiren. La respiración de aquel hombre era imperceptible. Era la respiración del fin de su mundo. El pulso se le iba ocultando lentamente. La extrema delgadez no le arrebataba la actitud plácida. Cuando le pregunté, para asegurarme que aún vivía, si nos quería tuvo fuerza para responder con un sí tajante. La figura paterna, otrora enérgica y activa, dejaba de ser figura. Qué pensará un moribundo. Qué pensaré cuando me esté muriendo. Tengo una frase preparada que, acaso despistado como soy, no me venga a la mente en ese instante. Así que esto era la muerte. Eso me diré. Quisiera decírsela a todos, que todos supieran sentir como yo siento en el estertor. Si hay alguien alrededor de mí no me harán caso. Incluso pensarán como yo pensaba cuando mi padre se iba: ya no está, ya se ha muerto, o más benévolos: ya no se entera de nada. Así que esto era morirse, pensaré en el ejercicio fiel de las últimas descargas eléctricos de mi cerebro que, cual hilos delicados e inconsistentes, se irán desconectando. Pero será una frase falsa. O mal planteada. Pues para saberse lo que es irse del todo tendría que comprobarlo a posteriori y, ay, tras dejar anclado todo suspiro en este lado transitado ya no hay después que valga. No hay ningún a posteriori que sea capaz de recitar el epílogo verbal. Así que se me debería interpretar de otra manera más lógica: así que en esto consistía irse muriendo. Pero, ¿qué importancia puede tener la lógica cuando te estás muriendo? Renegaré de ella como hace tiempo renegué de la metafísica".  

Mário Isabelo do Graça se sumerge en la retorcida manera de pensar de un hombre de edad avanzada, ni rico ni pobre, ni muy sagaz ni excesivamente torpe, ni solitario ni reducido por la compañía al papel de comparsa social, que vive obsesionado con las deformaciones propias de la edad. Y que se deja conducir por ellas hasta prever próximos males, desquiciamientos probables, temores acechadores que asume "...no para volverme loco, ni para andar perdido por el mundo, sino para traducirlos en herramienta de una parte de la condición humana que antes o después nos espera a todos". El protagonista de El obseso indaga en esa parte de las ilusiones contrarias de juventud, "...aquellas que nos permitían aparentar más de lo que éramos, perseguir sin dudar lo incierto, asumir el riesgo obviando temores, creernos príncipes de la existencia, saludable potencia que nos hacía levantarnos de las frecuentes caídas que solo considerábamos guijarros del camino".  


El obseso saldrá para las próximas fechas, editado por Mésos Pótamos Ediciones, colección Los márgenes del sueño.



(La fotografía es obra de Jorge Molder)



8 ago 2019

La señora de los pliegues o Los desiertos de Urum, de Baasima Shara




"Urum Balak Tampoyez solía decir en escena que había nacido entre desiertos. Espaciaba las sílabas, pronunciaba las palabras como el silbido arrastrado pero grave del siroco, se detenía de pronto creando un clima de desasosiego. Los espectadores permanecían también en silencio, pasmados, creyendo que aquella confidencia que les convertía en cómplices era solamente una revelación del personaje de la obra. No podían pensar que a ella, la actriz, le habían parido en un caravasar del lejano oasis de Yarum".  El comienzo de la novela La señora de los pliegues, que lleva por subtítulo Los desiertos de Urum, de la autora yemení Baasima Shara, plantea de entrada la doble personalidad de la protagonista, que no elige por casualidad su oficio, sino que lo construye, se podría decir, como una necesidad de supervivencia. ¿Supervivencia como mujer en un mundo de sojuzgamientos en cadena y de por vida? En parte, pero también, ¿o sobre todo? ¿o se trataría de lo mismo?, como necesidad emergente de una persona que reclama afirmarse desde su niñez más allá de condicionamientos e influencias. La actriz Urum Balak Tampoyez había elegido la interpretación no como un mero trasunto o una actitud a la contra de la vida marcada que hubiera tenido de otra manera, sino como una canalización de su personalidad instintiva, intelectual, natural, se podría concluir. "Si siento dentro de mí que no soy una sino al menos dos o más personas, ¿qué mejor opción que el teatro? Si la vida es una incisión perenne, ¿no es mejor vivirla devolviéndola el ciento por uno de sus falsedades?", afirma la protagonista en otro momento del relato.

En su novela Baasima Shara hace descender a la protagonista desde el escenario del teatro donde ejecuta sus interpretaciones hacia su pasado y el de sus familiares. Un recorrido a la inversa en que va tratando diferentes situaciones de Urum, pero siempre jugando con el espectador-lector. "(Urum) interpretaba su papel modificando el libreto, contando en cada sesión episodios que no venían en él. Pero los espectadores tampoco podían saber que tenían que ver con su existencia y ella nunca revelaba detalles. Que el espectador piense que es un personaje de la obra quien relata sus vivencias, ya me encargo yo de sortear los trances vividos colgándolos de una mujer de ficción que aparenta seguir puntualmente el guión del libreto, afirmaba Urum". Y continua la narradora Baasima Shara: "Así que asistir a una de sus representaciones era como estar ante una obra diferente cada vez. Cuando alguien se lo hacía notar diciendo: vamos casi siempre los mismos espectadores porque cada sesión es como una obra nueva, ella regalaba su confianza a los íntimos: mi pasado es la íntima propiedad de una desposeída que, no obstante ha tenido dos desiertos".




¿Son los dos desiertos, aquellos en los que nació, una excusa para justificar sus dos desierto-vida que ha desarrollado la protagonista? Desiertos de su vida nada hueros y sí feraces, crecientes, compartidos con infinidad de personajes. Aquellos que veían en Urum a una virgen de la antigua religión a la que pretendían adorar. Aquellos que intentaban sujetarla haciéndola creer que el desarrollo de la progenie dependía de ella. Aquellas que trataban de que no se marchara porque ellas no eran capaces de independizarse. O los que incapaces de crear nuevas ideas e imágenes la obligaban a repetir hasta la saciedad las letras de una moral trasnochada y alienante. Etcétera. "Desde las tablas todo es posible. Superar el pasado y proponer otro nuevo. Yo ya hice desde hace tiempo ambos recorridos. Los espectadores deben decidir cómo lo hacen cuando salgan del teatro real y se incorporen al teatro ficción que es la vida cotidiana", proclama Urum Balak Tampoyez en otro capítulo de la novela.

¿Por qué un título y un subtítulo en la novela? La autora dice en una entrevista periodística que la personalidad de la mujer protagonista lo exigía. Y que ella, la autora, no sabía decidirse solamente por uno. Descubra cada lector el por qué.

Estaremos al tanto de la publicación de nuevos relatos de Baasima Shara. La señora de los pliegues o, si prefieren, Los desiertos de Urum, saldrá después del verano en el sello editor La sombra de la nube, con una esmerada traducción de Azîm Qûdama.




(Las imágenes fotográficas son obra de Eddy Van Gestel)

20 mar 2019

El fular, novela nostálgica de Seber Esparza




"A aquella chica la había conocido a la salida del cinefórum. No, miento, ya la había observado con disimulo desde otras sesiones. Vienes mucho por aquí, la asalté aquella tarde con palabras convencionales que no sé si afirmaban o interrogaban. En aquel tiempo, si uno pretendía llegar hasta una chica había que ser muy convencional. Con algunas, incluso muy tradicional. Aunque ya había quienes apreciaban más el desparpajo que la prudencia exagerada. Y, por supuesto, la actitud dubitativa en un hombre no suscitaba precisamente atracción alguna". 

Así comienza El fular, una novela corta de Seber Esparza que exhala un perfume de nostalgia de principio a fin, y que algunos lectores probablemente la percibirán con melancolía. Y es que rasgos característicos de una época perdida -¿perdida en más de un sentido?-  no faltan en el relato: "Aquella melena corta pero graciosa, su aparente timidez, la blusa suelta, el libro de un autor desconocido que solía llevar en la mano -entonces se llevaban sin vergüenza los libros en la mano- y unos andares morosos me llamaban la atención, con curiosidad primero, de manera obsesiva más tarde. ¿Había algo más que suscitaba mi atención y que yo lo justificaba con sus características femeninas? ¿Eran ciertas urgencias mías las que buscaban la excusa para un acercamiento? Hoy uno cree que en todo había segundas intenciones, y tal vez sí, pero es ahora, cuando he perdido prácticamente la memoria sobre la fisionomía de aquella mujer o de otros individuos, cuando más valoro los impactos de unas formas, los comportamientos gestuales, la manera de hablar y, sobre todo, de pensar de las personas que conocimos. Que quedaron en nosotros, y algunos lo llaman acervo personal, no me cabe duda alguna".

Seber Esparza plantea la ocasión de un ligue a la salida del cine, y no una sesión de cine cualquiera sino aquella fuente de información y debate que proporcionaba el fórum, como una reflexión sobre las culturas paralelas que se adquirían en la juventud lejana, al margen de los cauces oficiales y reinantes en una sociedad onerosa y que se resistía a los avances y a las modas, pero que no pudieron frenarse. Así lo expone el autor: "El libro, qué gran excusa para conectar con otra persona, fuera cual fuese el título o el autor. Un libro era como el hilo que te podía llevar si no al ovillo sí al menos a una apertura a otras emociones. Que yo hubiera intervenido con pasión y argumentos en el fórum del film de aquella tarde debió interesar a aquella chica. Vengo cuando puedo, me dijo, porque ¿sabes? estas películas o las vemos aquí y ahora o tal vez no las volvamos a ver nunca. Ahora que lo pienso, así ha sido. Muchas veces me pregunto qué habrá pasado con aquellas películas húngaras raras, con las checoslovacas ingeniosas aunque lentas, con las francesas que parecían tener una cosmovisión del mundo a través de la cual nos fusionábamos, no sé si tanto en ideas como en afectos".




El intento del autor del relato por vincular un tiempo histórico con la percepción de quienes lo vivieron se logra en gran parte. ¿Cómo hacer llegar, si no, al lector ciertas informaciones sobre una época y a la vez revelar los sentimientos y pulsiones más íntimas de los jóvenes protagonistas que descubrían la vida que les iba viniendo encima? Y Esparza incide directo en el tema: "Aquella tarde, traicioné a mis amigos de otros días. Les di esquinazo. No fuera a ser que me ocurriera con la chica que me atraía lo mismo que con los films de otros países. Que si no la tenía ya y allí la perdería para siempre. El libro suponía en aquel instante algo más que un libro".

La narración de El fular se desarrolla en un encuentro de apenas cuatro horas vespertinas. Los protagonistas hablan de cine, de libros, de sus familias, de los peligros que van conociendo que les acechan. Y el autor ofrece pinceladas interesantes y con sustancia sobre la precariedad cultural en que viven los jóvenes y su entorno, las limitaciones a expresarse con libertad, la incomprensión de la generación de sus padres, siempre temerosos de que les pueda ocurrir lo peor a sus hijos y quién sabe si de nuevo a ellos mismos, pero también se centra en el entusiasmo juvenil por descubrir la lectura y vivir situaciones entre ellos semejantes a las que muchos personajes de los libros viven. Aquellos tiempos de crecimiento y expansión donde merecía la pena asumir los riesgos a cambio de sentirse en una vida nueva, aunque constreñida. No voy a incidir en la relación amorosa que a lo largo de esas cuatro horas viven ambos jóvenes cinéfilos, sería descubrir los pequeños secretos de la novela que solo un lector debe encontrar. Una relación pasajera que deja su huella, pero cuyo final intriga. "Volveremos a ver películas, dice mi joven amante, o a intercambiar libros o a charlar en un café, pero ¿volveremos nosotros a encontrarnos? ¿Leeremos de nuevo un texto a dúo? ¿Dejaremos de lado los problemas cotidianos y los engañaremos con nuevas entregas? No supe contestarla ni me atreví. Allí, en el piso de mi amigo Gorka, quedaron el libro que estaba leyendo -me dijo que me lo prestaba- y el fular azul que debió olvidar. Aunque siempre me he preguntado: ¿acaso una mujer suele olvidar un pañuelo? Han pasado muchos años y no sé por qué pero creo que aún no tengo respuesta. Me gusta soñar ingenuamente con que vendrá a recuperarlo".

El fular, de Seber Esparza, aparecerá el próximo mes editado por la editorial Mia Vernácula.



(La segunda fotografía es de Stephan Vanfleteren)


4 oct 2017

El año en que Lee Miller y yo nos amamos apasionadamente. Edward Anderson Wells




"Fue en París cuando nos miramos. Por supuesto, antes nos habíamos encontrado en un checkpoint de frontera. Unas palabras ligeras, varios amigos de por medio, coñac requisado a los alemanes, que a su vez se lo había robado a campesinos franceses, intercambio de periódicos y fotos, muchas fotos que no sé dónde habrán ido a parar. Allí hubo miradas cruzadas, ligeras, movimientos de ojos a unos y a otros, sin más. ¿Que a mí se me registró algo de ella tras la retina? ¿Que ella se quedó con una cierta percepción de mí por alguna frase o risa? No lo sé. Lo que sí sé es que en París nos miramos."  

El novelista Edward Anderson Wells, nacido y criado en Birmania, comienza de este modo su narración inédita, El año en que Lee Miller y yo nos amamos apasionadamente, de la cual no se había tenido noticia jamás, y cuyo manuscrito mecanografiado había aparecido hace poco más de un año en el traslado de los muebles de la casa de su amigo John Demarie. 

"Era Pernod lo que bebíamos formalmente pero lo que nos emborrachaba de verdad era una lenta ingestión de nuestras miradas. No estábamos solos. Es curioso, pero salvo en momentos de cama, nunca lográbamos quitarnos de encima los amigos que se nos pegaban. Probablemente todos acudieran como moscas al pastel que Lee ofrecía y que no era su mera belleza física. Lee sabía tratar a los hombres, no despreciaba a nadie por muy tímido o insignificante que se mostrara, y esta actitud era tan reconocida como atrayente para cualquier hombre que entrara en nuestro círculo. Diría más: su atención hacia cualquiera abrigaba y el más desesperado se sentía reconfortado. Nadie era ínfimo para ella. Yo mismo, que no me considero de un atractivo que descuelle, no acabo de creer que se me insinuara tan sinceramente. Por qué yo, le pregunté un día, no sé si pidiendo una confesión o exigiendo que me aportara una idea sobre mí que yo no había percibido nunca. Ella, entonces, por respuesta, convertía su mirada, más aguzada y penetrante, en un lenguaje secreto, profundo, solo destinado a mi capacidad de absorción sensitiva. Eso me bastaba. No sé si yo le devolvía análoga intensidad de sentimientos, pero me aceptó en mis límites y los expansionó. Hasta que se cansó de mí, varios meses después."

Anderson Wells traza algo más que un relato de atracción en tiempos de guerra. Una atracción loca podría ser una calificación demasiado superficial, pues los personajes que dibuja no se definen por el lado erótico únicamente. O si esta vertiente predomina el escritor no la reduce a describir encuentros o resaltar instantes intensamente lascivos. Ahonda también en los lenguajes que se multiplican en dos individuos que se buscan y arriesgan sensaciones y sentimientos para obtener respuestas acerca de su propia personalidad.  

"Jamás me preguntas si estoy a gusto contigo, me dijo en el receso de una noche agitada. No tengo necesidad, la respondí. Escucho tu cuerpo desde que entras en la habitación. O en los contados paseos solitarios junto al Sena. Todo tu cuerpo habla y yo te recibo como un aprendiz de lenguas exóticas o de argot barriobajero. Entonces ella me atrajo por el cuello. Su boca latía en mi oído, sus dedos llamaban con fragor sobre mi piel, y aquellos pechos rígidos danzaban junto a mi pecho. Vengo de vacíos que nadie sabe, dijo quedamente. No estoy aquí solamente para que tu cuerpo sea un vehículo pasajero sobre el mío. Deberás saber de mí y me responderás cuando te pregunte si me aceptas en todas mis imperfecciones. Estuve a punto de afirmar, pero ella no me dejó. No digas ahora nada, prueba antes cómo las vidas se multiplican desde los cuerpos pero, eso sí, házmelo saber."


La obra inédita de Edward Anderson Wells El año en que Lee Miller y yo nos amamos apasionadamente se halla en proceso de impresión. Una edición a cargo de la editorial Earth & Moon. 





15 sept 2017

La frágil mano de Dios. Un nuevo libro de la tetralogía de Jean-Claude La Limbe




"He llegado a la conclusión de que la mano de Dios es una mano huérfana, exclamó el Padre Séverin Des Ciels, célebre teólogo de La Escuela de Altos Estudios de Teología y Metafísica de París, ante el auditorio que abarrotaba el aula La Joie. Y añadió: Siempre se ha explicado el eje de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel como un acto de creación del Ser por excelencia sobre la Nada. Ahora he llegado a comprender que la Nada arrastraba a la Nada y que el pintor hacía un guiño a las críticas que estaban surgiendo en Alemania a la corrupción de la clerecía. Todos los asistentes saltaron al unísono en un bronco ¡oh!, se miraron entre sí, unos con sonrisa cínica, otros con risa contenida, muchos con rostro severo y encogido y los más con preocupante estremecimiento. No, dijo el teólogo, no voy a despachar de un plumazo a Dios. Cada cual puede seguir manteniéndolo como guste. Simplemente quiero hablar de su orfandad originaria que ha pretendido trasladar al hombre". 

Así comienza La frágil mano de Dios,  obra de Jean-Claude La Limbe, tercera parte de la tetralogía De lo no creado y de lo inventado, donde el autor se ha propuesto interpretar a su manera cómo la historia humana está compuesta de vacíos que son suplidos por el hombre y acaban traducidos en nuevos desiertos. La capacidad hábil primitiva, la cultura, las creencias, el amor, las fantasías, los mitos antiguos y las ilusiones modernas, son algunos de los temas en los que, por medio de tramas y personajes que recuerdan los existentes en el pasado, intenta bucear. Cierto que su intención no está sino cargada de una ironía desgarradora que no deja títere con cabeza y con la que en absoluto pretende dañar las ideas que cada individuo lector tenga dentro de sí. "Al fin y al cabo, suele decir La Limbe, uno piensa lo que quiere acoger y lo que cree que necesita, como comer melocotones o subir a un tren. Las ideas no tienen pureza, son sólo su utilidad." 

En esa dirección La Limbe cuestiona las obras de los genios pero profundiza en las intenciones ocultas. Véase este párrafo: 

"Buonarroti no solía subir al andamio tantas veces como se ha pensado. Los temas de la magna obra encargada ya estaban concebidos desde los textos sagrados. Él necesitaba contemplar a Dios desde el suelo, no solamente porque así fuera la condición humana, sino porque el verdadero poder del hombre, sublime en un pintor, es la perspectiva. Quien tiene perspectiva de las imágenes de personas, de paisajes y de objetos, la tiene también sobre el pensamiento. Y esto, que al principio no era sino algo rudimentario y derivación lógica de la necesidad de procurar la subsistencia, se ha trocado a lo largo del tiempo histórico y de la experiencia humana en rector de los actos, desde los más elevados a los más modestos. El pensamiento ha destronado la orfandad divina, aunque quién sabe si para asentar el desvalimiento humano. El genio de Caprese lo tenía claro."

Literatura provocativa, lenguaje fluido, abundancia de citas de personajes y acontecimientos históricos...¿Qué más se puede pedir a Jean-Claude La Limbe, hábil excavador y, por lo tanto, demoledor  de las falsas ideas construidas por los entes más interesados de la historia? La novela ha aparecido en la editorial francesa La main stupide. Ojalá sea traducida y puesta en nuestras librerías lo antes posible.




(Fotografía de Paul Nogué) 


27 ago 2017

La periodista, novela de Viktoriya Stinechko




"Fue tras terminar de desayunar, mientras se limpiaba los dientes, cuando Erika Amundsen entró en un extraño estado. La pasta dentífrica le escurría de los labios, la mirada permanecía ausente, su mano sujetaba por inercia el cepillo y aquella desnudez inocente permanecía inalterada a pesar de la ventana abierta al aire de invierno. De pronto, su cuerpo se tornó más claro, los cabellos se poblaron de un color níveo y al contemplarse en el espejo le pareció que los ojos perdían su tono verdoso para acabar siendo impreciso." El principio de La periodista, novela corta de Viktoriya Stinechko con la que ganó el Active Woman Award que cada dos años conceden en el municipio de Fristaden Christiania, recuerda otra novela clásica de cierto escritor de Praga. ¿Es por ello una copia lineal de la obra más citada de F.K.? No, aunque la idea que persigue a su autora siga el modelo del praguense, si bien ¿es que acaso es malo seguir los modelos de lo que merece la pena y más si resulta magistral?

La periodista es la historia de Erika Amundsen, veterana modelo reconvertida en periodista free lance , en parte por hastío de su trabajo, en parte para desarrollar su primitiva vocación, espoleada ahora por cuanto ha visto entre los entresijos más oscuros de las profesionales de la moda. Pero es precisamente ese conocimiento que tiene lo que va a hacer que se le valore en los ambientes periodísticos, con la contrapartida de que suscitará profundos enconos, cuando no odios, entre los poderes que mueven dinero e influencias. Porque Erika Amundsen no se limita a descripciones formales o a recrear situaciones y ámbitos cuando narra desde sus artículos las presiones, padecimientos y mentiras sufridas por las chicas, sino que fiel a su sensibilidad tras largos años de tener que pasar por todo decide vengarse con una labor crítica constante y sumamente mordaz.Y ahí es donde se dispara el interés de la novela. El cerco al que se ve sometida por su espíritu de denuncia, las trampas que pone la mano negra para desacreditarla o las amenazas abiertas que recibe van a poner a prueba su valor y su inteligencia, así como la capacidad de sus amigos para arroparla o para huir de ella.

"Erika Amundsen no dejaba de lado en sus artículos ni a antiguos jefes incompetentes ni a oscuros intermediarios oportunistas que pretendía aprovecharse de ella para otros fines ni a frágiles políticos municipales que buscaban escalar en nombre de la ciudad. Había decidido que su pluma no podía andar con contemplaciones ni ceder a los temores que pretendían infundir en ella aquellos detentadores de poder que hoy tienen la silla asegurada y mañana se ven abocados al vacío. Ella había visto lo que había visto, conocía los vínculos que negocios tramposos y empleados corruptos establecían entre sí para aprovecharse de los más débiles. Y en aquella circunstancia, el ambiente laboral de las modelos no era sino un eslabón más de un descarado funcionamiento de empresas turbias a las que no salvaba ni el dinero de la inversión, nada limpio, ni el supuesto prestigio que decían, a través de sus medios de prensa comprados, que aportaban a la sociedad".

Esa claridad de conciencia de la protagonista es la que le va a originar un dilema serio que se le ha planteado a muchas personas en distintas actividades y tesituras. Si sigue adelante al escribir crónicas cada vez más ácidas y persevera en su información más exhaustiva, su vida corre un peligro decisivo. Es la ausencia de ruido la que le espanta, y ahí la protagonista teme lo que no se ve.

"Los mensajes de advertencia que Erika recibía apenas eran percibidos por nadie. No había llamadas explícitas de amenaza, sino maneras indirectas. Un pequeño anuncio en cierto periódico local cuyo significado solo podía captar la mujer, la mirada permanente y fija de un individuo desde otra mesa durante una comida de ella con amigos o simplemente tratar de coger un taxi libre y que éste no parara. Detalles que otra persona consideraría casuales, pero en los que ella veía una intención oscura. ¿O todo consistía en una paranoia que trastornaba su equilibrio y construía una realidad paralela pero falsa?"

La fluidez con la que está escrita la novela por parte de Viktorya Stinechko  no significa que desarrolle un tema liviano, sino que la autora pretende que el lector tenga facilidad para acceder a los problemas hondos que ella desea transmitir. La periodista sale a la venta el próximo mes, editada por Complaint books.

  

(Fotografía de Jean-François Jonvelle)



21 ago 2017

La lección de billar de Julius Henry Marx




"Julius Henry Marx solía jugar cada tarde al billar con su hija M. Fíjate cómo pongo las bolas y las hago desaparecer una tras otra, le decía. Esto también es magia. Pero M., en lugar de mirar el tapete de la mesa y el movimiento de su padre con la baqueta, solo le miraba a él. Julius Henry Marx, que era un consumado jugador, hacía no obstante trampas con la niña, aparentando ser poco más que un torpe aprendiz. Y aprovechaba el momento para la consabida lección moral con su retoño. Haz en esta vida todas las trampas que puedas, le dijo un día a M., si quieres llegar muy arriba; por supuesto, no me lo aplico a mí mismo, no he querido llegar nunca muy alto, me da vértigo subirme a una banqueta. Entonces M. se reía descaradamente. A veces ni siquiera era necesario que el consumado padre e incipiente jugador, ¿o era al revés?, pronunciase palabra alguna. M. miraba su concentración, observaba su exagerado estilo y prefería estar más pendiente de una de las frases ingeniosas y subversivas de su padre. No me mires de esa manera que me conquistas, decía Julius Henry Marx a la pequeña. Así empezaron todas las mujeres de mi vida y me abandonaron. Pero papá, saltaba M., ¿cómo te iban a abandonar si se casaron contigo? Julius Henry no vacilaba. Ah, pequeña, el matrimonio es la forma más fácil de que se olviden pronto de ti. Como no acabara de entenderlo, la niña insistía. Entonces, papá, ¿es por eso que mis hermanos y yo estamos aquí? ¿Para recordarte que no estás solo? Julius Henry, que reía más por dentro que por fuera o dejaba que los demás rieran por él, estalló en una estruendosa carcajada. Ya se encarga siempre vuestra madre de hacerse notar, sobre todo cuando os persigue por la casa a gritos y me dice que no hago nada para que no seáis tan revoltosos.

Decididamente M. fue de mayor una pésima jugadora de billar. Nunca me enseñó bien mi padre a jugar, o yo no estuve atenta, comentó a un periodista del The pool journal; pero aprendí a reír con una caracterización tan natural que era siempre la primera de la clase en esa materia. Metía todas las bolas de la risa, hasta conseguir de los compañeros el título de diplomada, confesó a la prensa"


Del libro Memorias apócrifas de la familia M.



(Fotografía de Gene Lester/Getty)


7 jul 2017

Aquel verano en Rodés. Última novela de Michelle Sainte-Marie




"Cuánto me gustaba mirar de niño aquella foto de familia. Elia, mi madre, al fondo, resguardando discretamente su fascinante hermosura, en una pose que recoge más su nimiedad física y, naturalmente, con el protector y coqueto canotier. La tía Joanna, explotando su canon griego, extendida en su abundancia desinhibida sobre el mármol de una de las mesas del velador. A sus pies Kauski, el bulldog que Marc se trajo cuando le expulsaron de Alemania por el escándalo. Marc, según me contaba mi madre, era el que hizo la fotografía. Era mayor que ambas hermanas y, aunque él afirmaba en público que no le unía parentesco alguno con las mujeres, había voces del lugar que afirmaban con prudencia, eso sí, que era hermanastro. Ellas no quisieron creerlo nunca y él tampoco utilizó tal argumento para acceder a los bienes de la familia. Mi madre estaba enamorada de Marc, y Marc la trató siempre de manera especial, pero la tía Joanna hacía todo lo posible por evitar que la atracción de un aventurero se mezclara con los negocios de la familia. Excusas de mi tía y oscuras negaciones que nunca fueron resueltas".

En este comienzo de la última obra de la escritora de La Réunion Michelle Sainte-Marie parece situarse toda la trama, pero solo se trata de un ardid, más que un recurso, para que el lector se sienta atrapado por ciertos resortes que, en mayor o menor medida, van a estar presentes a lo largo de las escasas ciento sesenta y nueve páginas de la nouvelle. El tabú del amor entre hermanos no es, con resultar el tema más morboso, el eje principal de la novela. Prima por encima de ello el sentido de la libertad de costumbres y de pensamiento en un tiempo en que en el continente se restringían ideas, se reprimían conductas y se castigaban disidencias. Entre los muros de la finca de las hermanas Sorelle todo estaba permitido. No en vano congregaban periódicamente a librepensadores que no podían expresarse en público, a artistas de manifestaciones diversas a los que se había censurado, a viajeros que habían recorrido diferentes naciones del mundo y podían relatar otras formas de vida, a jóvenes inquietos que tenían que disimular sus discrepancias fuera de aquellas reuniones concitadas por las Sorelle. O simplemente a cualquier buscador ácrata que no se casaba con ninguna de las doctrinas ni ordenamientos al uso.

"Marc era uno de aquellos hombres sin adscripción que solo instigaban, y en ocasiones espoleaban con pasión, su propio pensamiento interior. Exteriorizaba calma y bonhomía, sabía condescender con cualquiera y era especialmente receptivo con las personas más indignadas que se veían obligadas a morderse la lengua. Sabía apaciguar a cuantos llegaban a él solicitando una opinión o irritados por la deriva de los acontecimientos de un continente que se venía abajo poco a poco. Podría decirse que su pensamiento y, sobre todo, su actitud tenían un origen presocrático. Trataba de no dejarse herir demasiado por los sucesos que dividían a los hombres. Respiraba un oxígeno hedonista que en ocasiones desembocaba en la persecución del placer por el placer, manteniendo siempre un control sobre sus instintos. Buscaba con perseverancia una explicación plural, aunque no la tuviera de modo inmediato, a cuanto se produjera cerca o lejos de él, pues decía que tanta complejidad de los universos, y literalmente lo decía así, no podía explicarse reduciendo más la visión de las cosas sino yendo al fondo de ellas. Advirtiendo cómo las relaciones que se generaban entre los hechos, los objetos, los cuerpos o simplemente las conductas iban fomentando respuestas y nuevos interrogantes. Pero no proponía una vía visceral, de corto plazo. Hay que tomarse cualquier asunto insignificante con rigor, por supuesto, pero sobre todo con mucha serenidad, decía. La serenidad es un faro luminoso, más que las ideas. Cosas así eran de sumo agrado para mi madre y mi tía, para las que aquel espacio de reunión de gente diversa en su finca tenía mucho del jardín de Safo".

Ciento sesenta y nueve páginas que, en una sensible y receptiva traducción de María Sosa, se publicarán a la vuelta de este verano en la editorial La noche amable.



(Fotografía de Karin Szekessy)


14 mar 2017

Cuento nuevo japonés sobre uno viejo (inspirado en Horitomo) para niños sumisos y gatunos





"Mizuki, la gata madre mira a su hija que despunta como púber y la llama. Ha llegado la hora de hacerte mayor de verdad, Yoko. Y como todo gato de nuestra familia que se precie debes ofrecer tu pelambre al tatuador, le dice. Que todos vean que eres una gata bien puesta.

Pero yo no quiero dejar de ser la gata que fui, lloriquea Yoko.

Quieras o no quieras, dejas de ser la gata de antes simplemente porque ya estás cambiando. ¿O creías que un gato es solo una figura de porcelana o de jade, inmutable, con expresión falsa y abúlica e incapaz de decir miau?

Ay, pues si no hay más remedio me dejaré tatuar. ¿Me harán daño?

Sentirás un cosquilleo, responde Mizuki. Pero ya verás lo orgullosa que te sientes cuando Kenzo, el tatuador de la aldea, haya terminado el tatuaje.

¿Y ya siempre tendré que ir con mi cuerpo convertido en un cromo?

No es un cromo, Yoko, es tu nueva personalidad. Ningún gato puede deslumbrar a otros gatos ni hacerse respetar ni ganarse los cariños con el sudor de sus mimos si no se tatúa. Serías una bicha rara y los de nuestra especie no te reconocerían y tendrías que vagar por la tierra para toda la eternidad.

¿Y si quiero ser eterna, aunque vague de mala manera por ahí?, pregunta la gata adolescente. Acuérdate que a veces pasan por aquí esas gatas que no se dejaron tatuar y viven más libres que el aire de la bahía.

Mizuki pone cara preocupada.

No es buena cosa, le dice con ternura. Los riesgos son superiores a las seguridades. Y un gato que se precie debe ser doméstico, dar satisfacción a sus dueños y alegrarles la jornada cuando llegan de sus trabajos. Además, no sabes bien lo agradecidos que son los ancianitos que nos acogen.

Pero eso es muy aburrido, insiste Yoko. Toda la vida a cambio del plato de leche y esas otras birrias que venden en el supermercado de los humanos. Y encima bailarles el agua a los niños tontos y a los padres hastiados. Que lo veo todos los días, vaya.

Quién sabe si cuando luzcas tu tatuaje no estarás en mejores condiciones para hacerte valer con los gatos y con los animales de dos patas. A mí me dio resultado. Así que vete pensando de qué quieres que te tatúen, Yoko. Además ya ves que hay muchos humanos que llevan en parte o en todo su cuerpo como otra piel. Y la gente los admira.

Yoko se queda pensativa.

No sé. Una niña. Que toda mi tripa y mi pecho lo ocupe una niña. Siempre he querido ser una niña y sé que mi cuerpo de gata oculta un cuerpo de niña. Hay días que lo siento tan intensamente.

Qué rareza la tuya, dice Mizuki. Podías pedir como otros que te pintaran rayas de tigre o culebras o flores de almendro.

Eso está muy visto, y Yoko se pone furiosa. Todo el mundo se tatúa lo mismo. Yo quiero una niña en mi piel o no hay tatuaje.

Se lo diré a Kenzo, a ver si puede hacerlo, dice mosqueada la madre gata. 

Pero ya se sabe que las madres gatas de hoy día son demasiado condescendientes y les compran de todo a las crías gatas. Así que Yoko pone cara alegre ¡por fin! y le dice a su mamá:

Vamos ya a ver a Kenzo. Estoy dispuesta al sacrificio. Y di al tatuador que lo haga bien, que tiene que ser una niña bella y con rostro bondadoso. Y que no la termine del todo, que deje la imagen abierta, como dicen los artistas de una obra.

Y eso, ¿qué rayos verdes quiere decir, Yoko? Por todos los demonios y fantasmas de nuestro pueblo, ¡cuántas rarezas las tuyas!

Ay qué poca imaginación tienes, mamá Mizuki. La niña tendrá luego que crecer, ¿no?". 


Nuevo cuento tradicional japonés. Aparece en el libro "Demonios, fantasmas y otros seres que ni fú ni fá", editado por Ediciones del Sol Poniente. De próxima aparición.





(Imágenes de Kazuaki Kitamura, Horitomo



1 ene 2017

La huida




Fue de madrugada cuando sintió un dolor fuerte en el costado. Cambió de postura y el dolor pasó al otro costado del cuerpo. Buscó la manera de amortiguar aquel pellizco que se iba haciendo más intenso y nómada. Boca arriba será mejor, se dijo. Respiró profundamente y se tapó con las sábanas. Pero el dolor escaló desde lo profundo de su abdomen. Será que es un dolor celoso de su libertad y necesita manifestarse. Le concederé un margen de credibilidad, pensó. Pero un dolor no es precisamente un amigo y por más que el hombre intentaba dialogar con su mensajero aquél no se avenía a negociar. Verás ahora, pensó. Giró con brusquedad y se dejó caer pesadamente sobre su barriga. Fueron unos instantes largos de alivio. Ya te he sepultado, ya estás sometido, de ahí no saldrás, dijo el paciente accidental al eco de su dolor. Permaneció a la escucha o, mejor dicho, atento al silencio de sus vísceras. Contó los segundos, treinta y cuatro, treinta y cinco, y así hasta que traspasó el minuto, un tiempo para él suficientemente representativo. Toda su vida había considerado que si una molestia se aplaca transcurrido un minuto ya no es dolor lo que a continuación puede sentirse. Un argumento absurdo, pues lo que sucedía casi siempre a un dolor era otro dolor más horroroso que el anterior. Sin embargo o había contado mal o la filosofía del dolor no atendía a razones temporales. De pronto sintió toda su tripa como si fuera una rueda de cuyo centro emergían radios virulentos en todas las direcciones amenazando con extenderse a otros órganos. Sacrificaré el descanso, vibró el hombre. Pasaré la noche de pie. Se alzó con brusquedad, sin ocultar su enfado con aquel dolor camaleónico que le buscaba las cosquillas pusiera como pusiera su cuerpo. Las baldosas estaban heladas pero el alivio fue instantáneo al erguirse. Su cansancio dificultaba el equilibrio si bien la ausencia del mal bien merecía un esfuerzo. Llevaba poco rato en aquella posición cuando las piernas se le empezaron a hinchar. Una presión aguda descendió por las pantorrillas hasta los tobillos. El hombre hizo unos ejercicios ágiles, acompasados, alzando primero una pierna, luego la otra. Alternaba los movimientos como si se tratase de soldado en una parada de gala. Con el ritmo parecía aminorar aquel escozor desagradable. Pero empezó a sentirse agotado. Fue parar y comenzar a quejarse de una pesadez que atenazaba los nervios de sus pies y los taladraba. Recogió una pierna para liberar una parte de dolor pero se mantenía con tal dificultad sobre aquella en la que se apoyaba que su cuerpo se vino abajo. Se vio caído en el suelo, en actitud lastimera, desconcertado. Que poco vale uno, acertó a decir a las patas de la cama, de la cómoda, al bacín de debajo de la mesilla. Allí, en la postura desastrada que le había dejado el batacazo, preocupado más de la imagen que se estaba dando a sí mismo el hombre se olvidó totalmente del dolor. Entonces el dolor se sintió rechazado, herido en su orgullo, consideró el olvido un desdén y huyó precipitadamente del hombre. Pasaron varios días hasta que el cuerpo del hombre, antaño pulcro y altanero, fue encontrado entre orines y suciedad. Desde cuándo está aquí este cadáver, dijo en tono malhumorado el juez de guardia a los policías que le habían sacado de una cena con la crème de la crème de la sociedad local. 



(Cuadro La mosca, de Lorenzo Goñi)


30 sept 2016

El niño que no quiso hacerse mayor, de Ekaitz Hansen




"¿Que cambie la foto del perfil de mi móvil? ¿Eso dices? Pero no, cómo iba a cambiarlo si no he crecido. Han crecido mis órganos. Mi cabeza, mi corazón, mi torso, mis tripas, mi pene, mis nalgas, mis brazos y mis piernas, todo eso y más han crecido. Pero yo no he crecido. El crecimiento de esas partes del cuerpo no me han hecho tener otros rostro ni otra risa ni otro silencio ni otras ganas de vivir la vida sino como niño". Así comienza El niño que no quiso hacerse mayor, novela de Ekaitz Hansen. 

Las primeras páginas parecen recordar al extraordinario relato de Grass, pero no hay aquí un niño Oscar que reacciona contra la familia que se enzarza en discusiones críticas, ni el nazismo que crece en torno, ni el desaliento de un circo en el que no puede estar morando siempre, ambiente que va a acabar engullido por el ascenso del alma destructiva de un país adulto que se corrompe y degrada a otros a medida que crece en poderío. En la novela de Ekaitz Hansen, aunque siga marcando el paso el ámbito de los adultos que entrechocan y se traicionan, lo que prima es un hálito sensorial, las raíces "que no deben abandonarse porque se puede crecer hacia afuera pero también hacia lo profundo de la tierra que somos cada individuo", dice el protagonista Zigor Gorria. El ensueño del autor en inventarse un submundo en el que el individuo se desarrolla, crezca o no crezca, paraliza la superficie donde los hombres se definen con formas y normas, pero sin calor humano. "Bajo la tierra encuentras la comunicación que te falta allá arriba. Encuentras las sensaciones reales y no las ficticias, encuentras el diálogo con los ancestros y con la materia. Si creces en dirección subterránea no te hundes sino que te agitas buscando orígenes y una capacidad de comprensión que solo la vegetación o las corrientes húmedas o el mineral que late y se abre para acogerte es capaz de satisfacer tu sed natural de vida". Zigor tiene que seguir manteniendo el tipo en la presencia del mundo exterior, pero se muestra anodino e indolente, se rebela, se niega a colaborar con ese conjunto de instituciones y personas que forman un todo único para responder al mandato social. Lo toman por autista, le aplican términos de diagnóstico que ni los mismos psicólogos comprenden, le marginan y a la vez le protegen en la impotencia de quienes no podrán llegar jamás a lo más íntimo de un humano. "Ser humano no es mantener las apariencias, ni cumplir los ciclos de crecimiento, ni adaptarse a las leyes, ni desarrollar los cometidos que la sociedad del trueque y de los imperativos se convierten en dominantes. La impotencia no está en el hombre solitario, la impotencia es la incapacidad de la colectividad para ser más que un ente doblegado, de subsistencia, de fría dureza donde se margina al que ni piensa igual, ni cree de la misma forma, ni acepta como parte de su desarrollo la larga serie de compromisos, obligaciones y tiranías por las que se hace pasar a la mayoría de los nacidos".   

Novela introspectiva áspera, que genera desasosiego. Cuestiona no solo el funcionamiento social sino que plantea la carencia de solución de una manera de vivir donde o te adaptas, y a eso lo llaman vivir, o te dejas llevar  sometido a la incomprensión y a las injusticias. Salvo que, como el protagonista Zigor, halles una entrada al mundo del subsuelo donde acaso todo pueda ser de otra manera. El niño que no quiso hacerse mayor aparecerá en octubre en la editorial Sotobosque.





(Cuadro de Zinaída Yevguénievna Serebriakova)


5 jul 2016

Rouge, una novela anónima del siglo XX




"Cuando Marie Legrand se acostaba cada noche todo parecía indicar que era una novicia entregada a una devoción apasionada. Devota era, apasionada también. Pero sus plegarias no iban dirigidas al cielo". Desde el comienzo de la novela Rouge, una obra anónima, rara, del siglo XX, el lector percibe que no va a estar ante un argumento anodino. Marie, la protagonista, es una mujer que tras la habitual e intensa jornada de actividad necesita dedicar un tiempo para la lectura. Pero no lee diferentes libros, sino uno solo donde ella cree encontrar muchas historias. "Mary Legrand se transfiguraba al abrir cada noche el pequeño libro. Si la noche anterior la historia que había leído le hablaba de un amor inhóspito que la había dejado sobrecogida en la siguiente relectura leía que aquel amor desgraciado no era sino la excusa para que los amantes involucrados se volvieran más exigentes y no tuvieran ocasión de sentir el aburrimiento". 

Cuando el lector sigue con Rouge descubre cómo Marie Legrand va leyendo y escribiendo desde su propia lectura. Escribir es imaginar pero también jugar con las palabras, y en este sentido la protagonista narra en su propia mente, sin necesidad de coger un lápiz, un relato dentro de otro o bien los da la vuelta. Sin que tenga prisa por saber si el libro va a acabar alguna vez. Y leer, ¿qué es? ¿No se trata acaso de un ejercicio que crea un espacio que a su vez crea y recrea otros lugares, otros tiempos, otras situaciones? ¿Qué pretende el anónimo autor con esta obra?¿Acaso propone que los libros interesantes, importantes, deben ser leídos nuevamente a lo largo de la vida? ¿Plantea que la visión de lo que se narra en un libro leído a los quince años no va a ser la misma que si se lee a los treinta o a los cincuenta? ¿Dice de modo subliminal que lo que está escrito, tan aparentemente invariable, cambia al ser interpretado, y que la interpretación depende de la evolución del lector? 

Si la edad trae el recuerdo de lo leído, como parte de lo vivido, también trae nuevas perspectivas. La diferencia con las vivencias del pasado es que aquellas no se pueden revivir y el libro puede releerse. Al fin y al cabo, leer más de una vez una narración es poner a prueba nuestro propio deambular por el mundo. Y con ello el continuo cambio de nuestros pensamientos, nuestras aspiraciones, nuestras dudas. Leer es la conciencia de una evolución paralela.

Rouge, este misterioso libro anónimo aparecerá tras el verano en Ediciones Crípticas, en una traducción de Jean González y Lilian Seberg.



(Cuadro de Mary Jane Ansell)



17 abr 2016

Lectoras




Pueden o no creérselo.La solitaria mujer de la terraza no se levantó hasta que terminó de leer el libro. Sus páginas debían estar sumamente entretenidas, pues apenas se distrajo. Tres vermús, unas almendras, un leve despeinado. Ninguna mirada a su entorno. Cortés con el camarero, discreta en su entonación de voz, relajada. Intenté vislumbrar el título del libro. A la distancia a la que yo me encontraba me resultó imposible. Tampoco se trataba de hacer ejercicios de funámbulo. Al fin y al cabo la novela que yo había comenzado la víspera también era apasionante. Se titulaba Memorias de un mirón y, aunque resulte sorprendente, de su autor nada se sabe. Si se ocultó tras el anónimo tendría sus razones. Conjeturas al respecto: se trataba de un clérigo, o de un juez, o de un miembro de la nobleza liquidada por Robespierre. Normalmente me apasionan los libros de autor desconocido. Tienen un toque bíblico, en que los autores permanecen en la sombra porque acaso no todos los autores desean imponerse a su creación. Porque una noche de revueltas algún proscrito culto quiso terminar una historia ficticia antes de ser detenido y acabar sus días en una horrenda prisión insular. 

Tal vez se tratara de un pope desgraciado que al escribir el libro vivió la vida que no le fue dada vivir en la realidad, dijo entonces la mujer lectora cerrando su libro, y dándome a entender que lo había concluido. Ah, ¿conoce usted lo que estoy leyendo?, aventuré. En absoluto, pero he adivinado lo que usted pensaba porque, ¿sabe?, yo misma tengo muchas veces los mismos pensamientos. La mujer lectora no varió su postura, simplemente avanzó su torso hacia mi posición y me ofreció el libro que acaba de terminar. Veo que a usted le quedan también pocas páginas por leer, me dijo, y si quiere puedo cederle el mío. Es muy agradable leer al aire libre en una primavera cálida como la que tenemos. ¿Cómo se titula?, le pregunté. La lectora espiada, me respondió. La mano que sostenía el libro era grácil. La muñeca ejecutaba un giro delicado, como si al manejar un objeto dibujara con precisión un paso de danza. Eso sí, no me digan si tailandesa o clásica. Pero la extensión de su brazo no parecía tener fin.



(Ilustración de Milo Manara)




6 mar 2016

El poeta secreto de Cleopatra




"No se ha hecho justicia en la historia con el joven Nahrib Neatón, poeta preferido de Cleopatra. Componía para ella, no por encargo ni por mandato, a diferencia de otros escribientes de la corte, sino porque profesaba un amor profundo por la reina. Cuando Cleopatra conoció a Marco Antonio, el Triunviro, se apropió de aquellos poemas recibidos y, sometiéndolos a ligeras modificaciones, los utilizó para corresponder al romano. He aquí un ejemplo de aquella utilización maniquea:

'Tú que vienes de Septentrión con tus naves a conquistar mi reino
  bien sabes que el territorio de mi corazón 
es un campo abierto para que lo habites 
y así mi cuerpo conoce la invasión de tu fuerza  no como ofensa 
sino que voluntario se somete a su rendición'

Nahrib supo de ese uso desviado y adúltero de sus palabras. Se sintió más despechado por ello que por el nuevo amor caprichoso de la reina. Pero no por eso pensó en traicionarla ni ponerla en evidencia. ¿Es que acaso podría haberlo hecho sin correr riesgos? Años antes, Cleopatra se había entregado secretamente al poeta. De él recibió no sólo unos sensuales cantos y unas recitaciones melodiosas, acompañadas de los sones pausados del laúd, sino sobre todo un amor pasional, materializado noche tras noche. Cuando Nahrib Neatón vio cómo la reina se alejaba de él, en parte por sus nuevos amoríos, en parte por sus planes intrigantes sobre la gobernación del Estado, su poesía se fue haciendo más y más amarga:

'No me quejo del abandono a que me condenas, mi reina,
 pues ambos nos obsequiamos nuestros mejores años.
 No temas intriga alguna que llegue por mi lado,
 ¿cómo podría yo renunciar a los abundantes frutos
 que hemos compartido?
 Mal pagador de tus entregas exquisitas sería, eterna amada,
 si revelara los secretos de las dulces noches
 que refrescaron nuestros ardores juveniles' 




Hay quien dice que cuando el Triunviro tenía que desplazarse fuera de Alejandría, aún la reina buscaba el acompañamiento del poeta para consolar ausencias con presencias. Pero poco podía esperar Nahrib Neatón de Cleopatra que cada vez se mostraba más proclive y fiel al romano. El poeta, previendo la circunstancia de un futuro donde no había otro lugar para él que el de seguir escribiendo y recitando por orden y no por sentimiento, decidió poner fin a sus días. ¿Fue una premonición de lo que no mucho tiempo después el destino depararía a su reina deseada? Ha llegado hasta hoy un poema trágico donde Nahrib se despide de la vida:

'Con el ardor con que me entregué a ti, reina de mis sentidos,
 tomo la decisión de arrojarme apartado y en silencio sobre el acero.
 Tal vez así su frío restañe el gélido desvalimiento que me consume.
 Has de saber que siempre te di lo que yo era 
y que al quitarme la existencia
 no te desproveo de los recuerdos que nos hicieron felices 
 en medio de los tiempos convulsos. 
 Tú sabrás elegir si deseas vivir o no con ellos.
 Erraré por el país de la muerte y bien quisiera 
 que el dios de nuestros antepasados no me repudiase.
 Acaso allí mis cantos no se pierdan'

  
El poeta secreto de Cleopatra es un libro polémico, a medio camino entre indagación histórica, recreación bibliográfica y relato novelado de Martin Nabul, de próxima aparición en nuestro país por mano de Ediciones Trasmundos.




 (Pinturas de Alexandre Cabanel y Louis Welden Hawkins)


10 ene 2016

La fotogénica, opera prima de Vojtèch Spassky




"La primera vez me costó convencerla para que posara, pero un tiempo después fue una adicta inconfesable de mi estudio". Así comienza La fotogénica, novela breve del checo Vojtèch Spassky, autor cuya vida se vio truncada por el totalitarismo. "Conocí a Bára en una audición de jazz que mis amigos promovían en Kampa, en la taberna del viejo Janos. Aunque aquellos pequeños conciertos no eran del agrado de la autoridad solíamos celebrarlos a puerta cerrada, salvo en el comienzo del verano en que, por medio de un ardid administrativo, nos daban permiso para que, dentro de un horario prudente, pudieran tener lugar en la terraza junto al Vltava. Naturalmente, para los conciertos dentro de la taberna se cerraba la puerta, pero una vez se había llenado el local. La delegación gubernativa no impedía los conciertos, pero trataba de establecer un cordón sanitario con el exterior. ¿Acaso habría pensado que la música pudiera exportar a las calles de Praga un espíritu disconforme que cuestionara la legalidad al uso? No éramos solo los perpetuos fetichistas del jazz quienes acudíamos, sino también algunos disidentes políticos y sobre todo gente que buscaba respirar otros aires estéticos y, sobre todo, una cierta mística que únicamente podía proporcionar el encuentro fraterno en torno a una música viva. Bára, estudiante de Agrarias, acudía allí con otros amigos, buscando seguramente librarse del olor a estiércol, aunque fuera a base de combinar música y Pilsen. Alguien, tratando de halagar a Bára, me la presentó sugiriendo que sería de mi agrado desarrollar un trabajo de estudio con ella, e incitándola a que condescendiera. Bára, al oír el verbo posar se ruborizó, hizo un mohín de desagrado y dijo un no rotundo que expulsó todo su aliento cervecero sobre mi rostro. Yo, a todo esto, no había abierto la boca. Pero quién me iba a decir a mí que aquella negación con marca Pilsen iba a producir un interés por la joven estudiante. Cada vez que nos miramos en aquella velada Bára trataba de poner un rostro más duro y resistente. Yo le respondía con muecas que cualquier hombre interesado hubiera evitado. No sé por qué me pasé el concierto lanzándola mensajes de burla ni por qué ella siguió correspondiendo con gestos de enfado cada vez más diluidos. Hubo un momento de euforia del personal al cerrarse una pieza de saxo a lo Gillespie, con la gente en pie, la cerveza como himno y la ebriedad como alma que nos hermanaba, en que Bára rió, pero su risa no fue náufraga sino que trazando un arco desde su posición fue a caer directamente sobre mi rostro alelado. Fue entonces cuando supe que Bára posaría para mí".

La fotogénica, de Vojtèch Spassky, se editará en breve en Ediciones Trasmundos, en traducción de Viktor Speljer y Ana Hoff Gabás. 
    


(Fotografía de Martin Munkacsi)


13 nov 2015

La evolución de las especies, de Timothy Fraserer Bild





"Mi madre ya estaba embarazada, pero ni ella misma se había dado cuenta todavía. Sus cuidados se centraban en la organización de la casa, en la compra y la elaboración de las comidas, y se encargaba de las relaciones convencionales con las respectivas familias. Su marido, es decir, mi padre, que tampoco sospechaba lo que se iba fraguando al ritmo adecuado en las entrañas de su mujer, era un oficinista cabal, cumplidor y atento. Demasiado entregado a la contabilidad de una empresa a la que fiaba un futuro seguro y halagüeño, en la idea de que las viejas crisis del país habían quedado atrás para siempre. Sus vidas iban desplegándose lenta y apaciblemente, y ellos actuaban como si no hubieran dejado de ser jóvenes independientes y libres de compromisos. Pero en realidad iban respondiendo a una programación invisible, que era, a su vez, la que guiaba a muchos otros matrimonios jóvenes de aquellos años. Más allá de las obligaciones asumidas y ordenadas mi padre y mi madre visitaban a familiares y amigos, recibían a su vez a otras parejas, se dejaban aconsejar por sus propios progenitores y acudían una vez a la semana al último estreno en el Savoy Cinema. Mi madre pasaba sola gran parte del día en la pequeña parcela hogareña. Mi padre hacía cada vez más su hogar de la empresa, donde se rendía a los halagos de sus superiores y asumía trabajos que no le correspondían pero con los que trataba de mostrar su capacidad. Mi madre consideraba asueto el ir al mercado, hablar con algunas vecinas del barrio y escuchar los programas emitidos por la WQXR. Mi padre creía relajarse en su escasa media hora de comida en el autoservicio del edificio Cumberland. Ni que decir tiene que cuando llegaba a casa por las noches mi padre se esforzaba en ser galante y cariñoso con mi madre, y mi madre trataba de ocultar su aburrimiento y soledad a su marido. Una vez a la semana, cuando mi padre descansaba, entregaban sus cuerpos el uno al otro, primero con una pasión no excesiva, después según la ley de la costumbre, por último con un interés mermador cuando no ahíto de bostezos y de caída en el sueño huidizo. No, ellos no sabían nada de que en la fragua acogedora de mi madre se iba poco a poco solidificando un extraño cuerpo que algún día llegaría a modificar su sistema de vida monótona. Pero ese cuerpo, ¿estaba dispuesto a emerger nueve meses después para reproducir un tipo de vida análogo al que habían llevado mis padres? Si aquella confluencia de células y de genes en el útero de mi madre desarrollaba por reflejo un plan díscolo es algo sobre lo que no se ponen de acuerdo los médicos que me han tratado. Aquel trazado oculto y rebelde que permitiría a la criatura que naciera ser en apariencia uno más de la tribu, pero en el fondo el individuo perverso y monstruoso por el que soy conocido y buscado en varios estados".


La evolución de las especies es la última novela del escritor de Brooklyn Timothy Fraserer Bild. El texto adjunto es el comienzo de la obra que traducida por Harry López Scooter aparecerá a finales de mes publicada por Ediciones Cuenta Atrás.




(Imagen de Victor Keppler)



6 sept 2015

Bodegón, de Maria Zvetanova




"El arte no debe estar por encima del bien y del mar. El arte nunca tiene pureza. Más bien, todo lo contrario, está compuesto por todas las mezclas, adherencias, detritos y elaboraciones anteriores que pueda imaginarse." Así comienza su libro Bodegón la analista y diletante Maria Zvetanova. Una obra demoledora y discutible, yo diría que incluso provocadora, con la que pretende bajar de los altares a la creación artística y someterla a una valoración relativista. No en vano dice: "Uno de los grandes mitos existentes en el arte es la categoría de los modelos que algunos elevan a ese olimpo de los cánones, como si no hubiera ya después nada más, como si tras el cielo solo los dioses." En el fondo, la pretensión de la crítica rusa es poner contra las cuerdas no solo a los que ensalzan a tontas y a locas cualquier creación, sino a los críticos soberbios y a los mercaderes que no regatean poner el precio por encima del sentido y la calidad del trabajo mismo.

Sin embargo, el objeto de estudio de Zvetanova es principalmente el bodegón. "Los pintores barrocos de bodegones se deleitarían con la obra de algunos artistas satíricos", comenta. "Quién sabe si esa clase de artistas no estarán haciendo a su manera pequeñas transgresiones visuales, leves concesiones al ojo tras las que tendrán todo un mundo más transgresor que su tiempo histórico no permitiría que fuera más explícito. Es probable que bastantes de aquellas obras del pasado nunca se exhibieran y que como mucho permanecieran en la cámara secreta de los palacios de los príncipes, bien fueran estos nobles o eclesiásticos."

Para Zvetanova, el bodegón es tanto la simulación de una naturaleza muerta como de una naturaleza viva, pues todo es en el arte recreación y prolongación de estados efímeros. "Las naturalezas llamadas muertas  -dice la estudiosa-  cuando son fruta, verduras, vino, pan o carne, exhiben el impudor de los cadáveres. Su vida fue ser árbol, huerta, vides, centeno, res o ave. Lo que el espectador mira con deleite y admiración por el realismo emanante, no es sino una muerte embellecida, un maquillaje de lo que ya no es, un apunte que se pretende para retener la vida anterior en la memoria y crear la falsa expectativa de que todo lo existente va a ser eterno. Todo el mundo sabe que lo que exhiben los bodegones se corrompería en la vida ordinaria y, para generar la ilusión contraria, los artistas barrocos vinculaban la exuberancia de formas, el detalle y matiz de los colores, las sombras y las luces adecuadas, para que el ojo del espectador conserve la satisfacción de una vida sin tiempo. Cierto que llegó un día en que pudimos decir, al estilo del pintor surrealista, esto no es una verdura, no es una caza, no es una sandía, etcétera. Pero, ¿y si de pronto aparece un deconstructor del bodegón tradicional, un transgresor de los sentidos? ¿Y si llegan a aunarse los objetos del bodegón tradicional, muertos y consumidos, con la presencia de seres vivos que además muestran una mezcla de lujuria y gula con un afán satírico envidiable? ¿Cómo llamar a ese tipo de nuevas creaciones donde la naturaleza muerta es secundaria y es desbordada por la alegría de los cuerpos, las intenciones, las risas y el erotismo desvelado?"

Me ha fascinado el libro Bodegones, bellamente editado por Nuevo cielo, vieja tierra, ediciones, en traducción de Irina Ulianova  




(Imagen de Monica Cook)